En mayo de 2016, Rachel decidió que quería comer de manera más saludable y correr su milla a más velocidad a finales de mes. Se estaba haciendo más alta y ya no se quejaba de sus piernas, pero comenzó a vomitar después de correr la milla unas cuantas veces. No me preocupé mucho por esto, ya que ella dijo que se había olvidado de desayunar (educación física era la primera clase del día) y los corredores pueden vomitar después de una carrera difícil. En junio de 2016, Rachel crecía cada vez más (173-176 cm) y estaba más delgada, pero nunca se quejó de que le doliera el cuerpo. Estaba más malhumorada de lo normal, pero iba a cumplir 12 años a fin de mes (las hormonas, ¿no?). Nunca se me ocurrió que un niño pudiera estar demasiado flaco o perder demasiado peso al crecer.A fines de junio, viajamos a Utah para visitar a la familia y lo pasamos muy bien. A Rachel le encantaba visitar a sus primos. Mi cuñado sugirió que Rachel fuera y se quedara con ellos, ya que iban a visitar California en 3 semanas. Esta sería la primera vez que Rachel iba a estar tan lejos de nosotros durante tanto tiempo. Estaba emocionada de pasar tiempo con ellos. Lo pasó muy bien, pero nos echaba de menos por la noche cuando todo estaba en silencio. Al final de la primera semana, se quedó dormida en el lago el viernes 1 de julio. Mi hermana me llamó y me dijo que creía que a Rachel le había dado un golpe de calor. Rachel estaba cansada, sedienta y con un poco de náuseas pero no demasiado mal. Mi hermana se quedó en su casa con ella el sábado mientras que el resto de la familia volvió al lago. Rachel descansó, bebió bebidas con electrolitos y vió la televisión y películas con mi hermana. Mientras Rachel estaba descansando, mi hermana investigó los síntomas de Rachel y descubrió que concordaban con un golpe de calor, la diabetes tipo 1 y muchas otras afecciones médicas. El golpe de calor encajaba con sus síntomas y no estábamos muy preocupados. Rachel dijo que no se sentía bien pero que tampoco estaba muy mal, así que mi hermana y yo decidimos que si Rachel no se sentía mejor por la mañana, iría a la sala de urgencias en su ciudad.
El domingo por la mañana, llamé para ver cómo estaba Rachel. Mi hermana dijo que Rachel parecía estar mejor después cenar y que estaba a punto de despertarla para empezar el día. Quería que Rachel descansara tanto como pudiera, pero que había visto cómo estaba una hora antes. Cuando mi hermana entró en la habitación, se dio cuenta de que Rachel no estaba respirando y empezó la RCP. Estaba hablando por teléfono escuchando a mi hermana y mi cuñado mientras le hacían RCP a mi hija hasta que llegaron los paramédicos. Rachel se había ido y no iba a volver.
Hablando con el patólogo y el médico de Rachel, ésta no era la típica situación de crisis tipo 1. El páncreas de Rachel dejó de funcionar tan rápidamente que su cuerpo no pudo hacer frente. Me he dado cuenta de que no se habla de la diabetes tipo 1 con los padres, ya que no se considera que sea muy común y que la mayoría de los niños entran en crisis antes de ser diagnosticados. Nuestro sistema sanitario no revisa periódicamente los niveles glucémicos o de azúcar en la orina en las citas médicas, y depende de si tu seguro médico lo cubre. Pruebas como ésta deberían llevarse a cabo siempre y estar cubiertas por el seguro. Salvaría vidas.
Se necesita más educación en nuestros hogares, escuelas y con nuestros médicos. He aprendido que, viviendo en un área rural, la concienciación y la educación sobre la diabetes tipo 1 y sus síntomas son aún menos conocidos y comprendidos. El acceso a especialistas en áreas rurales puede ser limitado, lo que hace que sea aún más probable que la diabetes tipo 1 no sea diagnosticada. Comparto la historia de Rachel para educar a otros, para que esto no le pase a otra familia.
Cortesía del autor y T1International, una organización sin ánimo de lucro dirigida por personas con diabetes tipo 1 o afectadas por la enfermedad que trabaja para personas con diabetes tipo 1.