Recientemente, pedí una cita para ver a un oftalmólogo con el fin de hacerme pruebas de retinopatía. Aunque le había visto antes, no se dirigió a mí por mi nombre ni me saludó cuando entré en su oficina. Por el contrario, mirando las fotos de mi retina en la pared iluminada, empezó a gritar y a despotricar. “Tienes retinopatía proliferativa. Cualquier día de estos te van a explotar los ojos. » «¿Qué te has hecho a ti misma?» Cuando le pregunté qué debía hacer, se acercó excesivamente a mi cara en su taburete médico y me dijo: «Si no haces lo que te digo, te despertarás en la cama con los ojos ensangrentados la semana que viene, y entonces estarás ciega. No hay esperanza. » Sabía que su comportamiento era totalmente incorrecto, así que le pregunté si sabía cuánto tiempo llevaba con diabetes y «¿cree que asustarme es ayudarme?»
«Sí, creo que quiero asustarte.» Estaba aterrorizada por el diagnóstico, por la hostilidad, por todo, pero de todos modos me levanté y le dije que se fuera y buscara a un gerente. Se fue, y nunca más volví a verle. Estoy segura de que no soy la primera persona a la que este doctor ha maltratado, pero creo que fui la primera persona que dijo lo que pensaba. Lamentablemente, el uso de tácticas de intimidación para influir y humillar a los pacientes hasta que se desmoronan todavía no ha pasado de moda.
Esta historia tiene un final feliz.
Si bien creía que era posible que pudiera tener retinopatía proliferativa después de 42 años de diabetes, también tuve el buen sentido de recordar mi capacidad de adaptación. He vivido un diagnóstico de DT1 de más de 1400 mg/dL, me he administrado mis propias inyecciones (basadas en kits de análisis de orina) de insulina de res y de cerdo durante años, he tenido una hija sana a los 36 años y he trabajado lo suficientemente duro como para no tener complicaciones a día de hoy, con 54 años. Llamé a mi equipo de endocrinólogos para ver qué me aconsejaban. «No tiene sentido, tus objetivos son buenos, obtén una segunda opinión. » E «incluso si hay un problema, lo arreglaremos.» Pedí una cita para el lunes siguiente, pero hasta que llegó ese momento fui un desastre, revisándome los ojos cada 15 minutos aproximadamente. Volví a ser aquella preadolescente en la sala de urgencias, sintiéndome abrumada y aterrorizada de nuevo.
La buena noticia es que no tengo retinopatía proliferativa; de hecho, tengo los ojos muy bien. El segundo médico, con su equipo de residentes observando y aprendiedo, respondió amablemente a todas mis preguntas y me ayudó a entender mi diagnóstico. Lo que está claro es que, si bien puedo perdonar al médico ofensivo por la interpretación incorrecta (tengo un problema congénito benigno detrás de mi ojo derecho), no puedo perdonar su actitud abusiva. No cumplió su juramento hipocrático.
Ante todo, no hagas daño.
Desafortunadamente, es fácil suponer que una parte del estigma de la diabetes se ha desarrollado desde la comunidad médica y décadas de frustración de los médicos con pacientes que no han reflejado su habilidad clínica y, en última instancia, su éxito. La práctica de la Medicina es a menudo exigente y requiere disciplina, fuerza y compasión, pero es una opción. Vivir con y controlar una enfermedad crónica grave es un trabajo duro, y la fuerza interior no tiene precio, pero la diabetes no es una opción.
Una parte del trabajo de vivir con diabetes es encontrar y conservar un apoyo médico que funcione para ayudarte a alcanzar tus metas. No hay razón por la que sentirse asustado o humillado en la oficina de tu proveedor sanitario, pues podría generar un trauma tan horrible que te paralice. También es imprudente. Abogar por uno mismo, alzar la voz cuando algo no te parece correcto, hacer preguntas y luchar por la mejor atención posible, todo ello conduce a la capacitación personal, a la autoestima y, lo más importante, a una vida más saludable y feliz.
Esa sí es una elección.