Asegurarme de que mi enfermedad invisible siga siéndolo.
Anónimo
Como la mayoría de las personas, tengo distintas cualidades y peculiaridades que me identifican y, en menor medida, me marcan como único.
Algunas son admirables, como trabajar, y tener éxito, como reportero de un periódico en Washington desde hace casi 30 años, en un campo que abarca la Casa Blanca, la política, las guerras y los grandes eventos. Mis artículos han sido finalistas del Premio Pulitzer; han influido sobre las elecciones (de buena manera con información importante y oportuna) y en una ocasión, obligaron a un miembro del Congreso a renunciar.
Algunos rasgos pueden ser vistos como dudosos, incluso excéntricos. Conduzco un automóvil manual. Tiro la pelota con la mano derecha, pero escribo y como con la izquierda.
También hay esto: soy un diabético tipo uno que llevo esforzándome activamente durante casi 60 años para asegurarme de que mi enfermedad «invisible» siga siéndolo. No le hablo a nadie sobre mi «afección». Ni en el trabajo. Ni en la escuela. Ni entre amigos, ni en ningún otro lugar. Nunca lo he hecho, nunca lo haré. Ha sido así desde que me diagnosticaron, a los 8 meses de edad.
Estoy seguro de que esto parece extraño. No es así. Y, para mí, es totalmente racional. De hecho, siempre he protegido agresivamente esa información, ese pequeño hecho de la vida, de… bueno… de casi todos.
Mi esposa lo sabe, aunque nunca comparto los resultados de glucosa en sangre. Aunque mis dos hijos saben, el grado de conocimiento que comparto es que me analizo la glucosa en sangre y el refrigerador tiene insulina en la puerta. Nunca hemos hablado sobre los detalles. Mi madre lo sabe, mi médico lo sabe y algunas otras personas que se dieron cuenta de llevaba una bomba antes de que me la quitara. Cuando era niño, tampoco mis padres compartieron jamás esta información. Cuando de niño sallía a pasar el día jugando, durante la década de 1960, llevaba una bolsa de plástico con cuatro terrones de azúcar.
Menos de 10 personas (probablemente) conocen mi identidad y mi afección. No me avergüenzo por ser diabético (y sí, estoy usando esa palabra intencionadamente). Es mi preocupación y solo mía. No es difícil ni muy interesante, y dudo que a las personas de mi mundo les resulte interesante conocer detalles sobre cosas que no les afectan.